En concreto, el USMCA contiene algunas aperturas comerciales que deberían ser aplaudidas por cualquiera liberal:
- Canadá levanta parcialmente sus restricciones a la exportación de productos lácteos estadounidenses: hasta ahora, EE.UU. solo podía suministrar un máximo del 1% del mercado lácteo canadiense y ahora podrá llegar a abastecer el 3,6% (si bien bajo el TPP que Trump se negó a firmar al inicio de su mandato ya se contemplaba una ampliación hasta el 3,25%).
- Ciertos productos agrarios de EEUU también ven incrementado su acceso a Canadá (pollo, pavo, huevos o vinos) y a México (queso).
- Aumentan las cuotas exportadoras de vehículos o de componentes de vehículos desde Canadá o México a EE.UU.: Canadá, por ejemplo, podrá exportar 2,6 millones de vehículos libres de aranceles, frente a los 1,8 millones establecidos en la versión actual del Nafta.
- Se incrementan los niveles 'de minimis' al tráfico transfronterizo de bienes: es decir, se eleva el importe de bienes de pequeño valor que pueden cruzar las fronteras norteamericanas sin pagar aranceles (Canadá lo aumenta de 20 a 40 dólares canadienses, o a 150 si se trata de ventas 'online', mientras que México lo aumenta de 50 a 117 dólares).
Como digo, todas estas mejoras contribuyen a liberalizar marginalmente el comercio entre los tres países y, por tanto, son reformas loables. Pero, al mismo tiempo, dentro del nuevo Nafta también existen otros cambios que empeoran apreciablemente el tratado. En particular:
- Se agravan las reglas de origen en el intercambio de automóviles: en la actualidad, un vehículo puede exportarse libre de aranceles entre México, Canadá y EE.UU. si un 62,5% de sus componentes ha sido fabricado en alguno de estos tres países. Con el nuevo Nafta, este porcentaje será el 75%, lo que dificultará fabricar automóviles baratos con piezas importadas desde terceros países. Por ejemplo, México no podrá importar componentes baratos de Alemania para ensamblarlos en su territorio y exportar el vehículo terminado a EE.UU.
- Se establecen nuevas trabas a la competitividad salarial de las exportaciones mexicanas de automóviles: en particular, el nuevo Nafta exige que un 30% de todo el valor de un automóvil exportado (o un 45% a partir de 2023) haya sido fabricado por trabajadores con salarios superiores a 16 dólares la hora; una cifra que triplica los salarios medios actuales en el sector de la automoción mexicano. Dicho de otro modo, México tendrá muy complicado exportar vehículos baratos a EE.UU. aprovechando su ventaja competitiva (que no es la alta productividad sino los bajos salarios). Se trata, pues, de una nueva e importante barrera no arancelaria que no estaba presente en el Nafta original.
- Se mantienen los aranceles estadounidenses contra la importación de acero desde Canadá (técnicamente, Canadá no logra protección contra la sección 232): el pasado mes de marzo, Trump aumentó los aranceles a la importación de acero para prácticamente todos los países del mundo (incluido Canadá) desde el 10% al 25%. Algunos analistas pensaron que esa medida tenía como objetivo presionar a Canadá a renegociar el Nafta, pero el arancel se mantiene una vez acordado el nuevo Nafta. Es decir, Trump no sube aranceles solamente para negociar, sino también porque cree en ellos para proteger a la ineficiente industria siderúrgica nacional.
- Introducción de una cláusula de expiración ('sunset clause') del USMCA al cabo de 16 años: es decir, este nuevo tratado terminará al cabo de 16 años y, en todo caso, deberá revisarse cada seis, lo que socava una mínima seguridad y previsibilidad jurídica en el tráfico de bienes entre estos tres países.
- Aumenta la protección de la propiedad intelectual estadounidense: el 'copyright' de obras estadounidenses en Canadá se eleva de 50 a 70 años y los medicamentos estadounidenses exportados a Canadá no podrán competir con genéricos hasta pasados 10 años (frente a los ocho actuales). Es decir, EE.UU. endurece ese privilegio anticompetitivo constituido por el monopolio intelectual (patentes y 'copyrights').
En definitiva, es verdad que el USMCA contiene algunas medidas para liberalizar el comercio entre Canadá, EEUU y México, pero también contiene otras dirigidas a limitarlo. El denominador común del primer tratado comercial de la era Trump no parece ser la liberalización real sino, más bien, un enfoque puramente mercantilista de las relaciones comerciales: a saber, abrir mercados extranjeros para mis exportaciones y cerrar mis mercados locales para las exportaciones de otros países. En todo caso, y con alguna excepción (flexibilización del mercado lácteo canadiense; mayores obstáculos regulatorios a la exportación de vehículos competitivos desde México), estamos únicamente ante cambios apenas cosméticos con respecto antiguo Nafta. Si este era, como aseguró Trump, el peor acuerdo comercial de la historia, el Nafta 2.0 que él ha promovido será por definición igual de malo; y si, en cambio, el USMCA resulta ser un trato comercial maravilloso, por necesidad el Nafta que él denostó ya era aproximadamente un tratado igual de positivo que este. Del populismo al mercantilismo.
Este artículo fue publicado originalmente en el blog Laizzez Faire de El Confidencial (España) el 5 de diciembre de 2018.
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